domingo, 7 de agosto de 2011

Ni siquiera fui capaz de cruzar la calle.


Quería decirte esta noche que te ves mejor que nunca. Te sienta bien la distancia, divinamente. Y que te sigo mirando, siempre. Incluso cuando no estás, yo sigo mirándote, mirándonos, mirando para atrás, coleccionando espejos retrovisores que me sirvan de máquinas de tiempo a aquellos miércoles de música y pastillas para volar. 
Hoy tu frente lucía más lisa y tus manos, más sabias. Hoy sólo fumamos cigarros y las noches de viajes a la luna se han reducido a estos pequeños momentos en que me pides fuego y compartimos humo. Que extraños parecemos, sentados en plena acera, yo tocándome los tobillos, tu arreglándote la bufanda. Si antes nos separaban océanos y te sentía a mi lado cada madrugada, hoy, entre nuestros abrigos, habían abismos y ecos y niebla. 
Hay palabras que sentir, pensar si es el caso, calcar en los ojos y dibujarlas en el aire entre mirada y mirada, pero nunca decir. Palabras condenadas al último minuto, a una noche de borracheras, a una carta de suicidio, a una canción en otro idiomas. Hay palabras… Hay palabras del tipo hasta aquí puedo estirar lo que siento por ti que lo dejan a uno entre mesas vacías y películas en blanco y negro. 
 Me gusta escribirte y que no me reconozcas, mezclarte con tantos otros que fallaron donde tu triunfaste y ver como la luna sale dos veces cada noche. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario